17.10.12

Me sobran razones ..

Según una reciente encuesta británica, uno de cada dos profesores desearía dejar la
profesión a la menor oportunidad. Algo parecido parece ocurrir en otros países, entre ellos el
nuestro. ¿Qué está pasando? ¿Merece la pena dedicarse a esta tarea hoy?
Hay motivos para el pesimismo, ya lo sé; la formación pedagógica es corta y deficiente,
se valora poco en la sociedad el quehacer docente, el contexto organizativo deja mucho que
desear, existen competidores sociales potentes (los medios de comunicación, el mundo
informática, las experiencias vitales ... ), la autoridad tradicional se resquebraja, algunos chicos y chicas se resisten a estudiar y se muestran insolentes, el trabajo intelectual no tiene las
recompensas laborales que propiciaba hace años...
Sobre el desaliento del profesorado, en primer lugar, quiero decir que las malas
condiciones no son una condena insalvable. He visto trabajar a profesores en otras latitudes
del mundo. Algunos en condiciones muchísimo peores que las nuestras. Peor formación,
sueldos miserables, medios muy inferiores... Y los he visto trabajar con entusiasmo, con ilusión,con esperanza. No quiere esto decir que no haya que luchar por unas condiciones mejores, por un ejercicio profesional digno. Solamente digo que con inmejorables condiciones puede haber pesimismo y amargura.

Deseo plantear algunas razones por las que merece la pena ser profesor hoy:
Porque es una tarea imprescindible: enunciamos problemas sangrantes de todo tipo.
Buscamos soluciones en mil sitios. Y olvidamos frecuentemente la educación como medio
supremo. Hacen falta, pues, profesionales capaces de ayudar a las personas a crecer, de
enseñarles a convivir, de abrirles el camino del bien y de la verdad. Porque es una tarea difícil
(y arriesgada): consiste en trabajar con «materiales» complejísimos (concepciones,
conocimientos, sentimientos, emociones, valores, ideas, creencias, expectativas ... ). Es difícil también porque cada persona es un mundo diferente. Y porque hoy aparecen en la cultura
invitaciones potentes a recorrer caminos equivocados. La dificultad se puede vivir como
castigo o como reto.
Porque es una tarea enriquecedora para quien la recibe y para quien la realiza. No
hablo de dinero (aunque no se debe olvidar esta faceta). Si se pretendiese incentivar la
profesión docente sólo con dinero, ¿no acudirían a ella los más avaros en lugar de los más
generosos? Trabajar con seres humanos encierra una posibilidad enorme de desarrollo
personal y social.
Porque es una tarea gratificante: se insiste en los problemas de la profesión, en sus
facetas amargas. Se habla menos de sus dimensiones gratificantes, de sus estímulos,
incomparables a los que brinda cualquier otra profesión. ¿Qué hay semejante a ese
alumbramiento en el saber, en la honestidad y en la convivencia que la tarea de educar? ¿Qué
hay comparable al hecho de ayudar a que las personas sean más inteligentes, más
bondadosas, más felices? Porque es una tarea histórica: los profesores constituyen eslabones
silenciosos en la cadena que conduce a la humanidad hacia el progreso y la mejora.
¿Qué hubiera sido del mundo y de la historia sin los maestros? Quienes tienen
conocimiento tratan de utilizarlo en su beneficio (y de esconderlo a los competidores). Sin
embargo, los profesores forman un grupo humano que tiene por oficio compartir todo lo que
saben.

Comparto el hilo argumental de Manuel Rivas en un artículo titulado «Amor y odio en
las aulas»: La escuela se ha vuelto más conflictiva porque cada vez alberga más tiempo de
vida, más complejidad. Es el espacio de la familia y de la relación comunitaria lo que se ha
achicado. Para muchos adolescentes, la amistad, y también el odio, tiene por principal y casi única vía la puerta del colegio o del instituto. La conflictividad no es tanto un rechazo como un SOS.
Decía hace unos meses el filósofo Emilio Lledó.«Enseñar es una forma de ganarse la
vida pero, sobre todo, es una forma de ganar la vida de los otros». No se gana la vida de los
otros metiendo en su cabeza datos y conocimientos inertes sino enseñándoles a pensar y a convivir. «Excelente maestro es aquel que, enseñando poco, hace nacer en el alumno un deseo grande de aprender», dice Arturo Graf.
Esta es una tarea que, arrastrada como un castigo, resulta insoportable y que, vivida
con entusiasmo, resulta apasionante. Para vivirla con entusiasmo hay que tener sobre ella un
conocimiento especializado. Hay que amarla. Los alumnos tienen un radar que les permite
saber qué profesores se preocupan de verdad por ellos. El título de un reciente libro noruego
dice que los alumnos aprenden de aquellos profesores a los que aman.

Artículo publicado en el Diario de Sabadell el 1 de Agosto de 2000 (MIGUEL A. SANTOS)


Me sobran razones por las que elegí ser maestra, tengo mil motivos por lo que dedicarme a ello y estoy realmente cagada de miedo por serlo. Siempre he pensado que un maestro se forma en la universidad pero se crea en las aulas y eso .. ¡eso no lo enseña nadie!

4 comentarios:

  1. Cuanta razón y verdad hay en esta entrada cris, no puedo estar más de acuerdo contigo. Vas a ser una gran profesional sin duda alguna!
    Un besazo muy fuerte

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  2. Estoy pensando .. ¿nos montamos nosotras una escuela? ¡COSAS QUE PASAN! (cosas que si se desean .. se hacen realidad) Muac.

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    Respuestas
    1. Cris no lo descartes, Hoy lo vemos como algo loco, pero podríamos hacer cosas realmente chulas!!! No descartemos esa idea!!!

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  3. Un artículo que deberían publicar todos los periódicos nacionales. ¡Enhorabuena! Es magnífico. Tienes toda la razón en tus últimas palabras, como dice Irene, pero no tengas miedo porque ser maestra está en ti... en vosotras. :)
    Te lo anoto.

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